Nada es para siempre, todo cambia y se transforma, recuerdo que esas
afirmaciones las escuche cuando era un estudiante por allá en mis liceos por
donde anduve. En aquel tiempo me resultaban incomprensibles e inútiles, ahora más
maduro y con los ojos mas hinchados por tantos golpes propios y ajenos, comprendo
su significado. Uno desea en su fantasía que todo sea eterno, que nada cambie y
eso es imposible, un día no es igual a otro. Pero he tenido que comerme las
verdes para entender que en la variedad y en la transformación, es que se
encuentra el significado de la vida. Yo quisiera por ejemplo tener el mismo
metabolismo que tuve a mis 30 años y en una semana tumbarme 6 kilos, quisiera
tener más fuerza de voluntad para hacer
ejercicios, por mi salud, quisiera tener más cabello del que perdí…en
fin, si del cielo te caen limones hay que hacer limonada.
Si antes los temas filosóficos y psicológicos, me resultaban un tanto
lejanos, hoy en día forman parte de mis pasatiempos allí, en ese lugar donde no
nos molesta nadie. Y a esos conocimientos he tenido que echar mano para
entender toda esta cantidad de información a la velocidad de un clic, porque
con el surgimiento del twiter, el facebock y similares uno debe manejar
cantidad de cosas y es espíritu se acelera ante tantas cosas nuevas. Es como un
torbellino.
Uno cambia, es inevitable, unos lo hacen para bien otros para mal,
afortunadamente yo me fui por el primer camino, y he tenido que reivindicar el
dolor, convivir con la enseñanza de la soledad, permitirme sentirme mal o
pensar mal y acertar; hay que ser como Ulises en su viaje heroico a Itaca y
enfrentar los cantos sirenas; y agarrarse fuerte al mástil, ese mástil que es
mi cuerpo, que me guste o no o le guste a otros, me pertenece y es mío, solo mío;
y con él me nutro a diario de la relación entre mi alma, mi mente y mi cuerpo. De
esa manera se me abren nuevos horizontes que ver. Hay gente que llega a esas
“soluciones” un poco más fácil, existen otras que debemos pasar por brasas de
fuego para aprender, el mundo oscuro es el que tiene mayor potencial de
luminosidad, la tristeza nos arrastra hacia otros limites, teniendo contacto
ya, con nuestra inmensa soledad, dándonos cuenta lo profundamente inválidos que
somos y al descubrirlo poder poner
nuestros límites: esto si aquello no, esto lo puedo hacer, eso ni lo pienso
hacer. mis heridas, esas infringidas en el campo de batalla de esta lucha
llamada vida o supervivencia, las que mueven mis ansias y mis querencias, son
esos monstruos internos que han crecido porque yo les permití el alimento, en
lugar de enfrentarlos en su momento se hicieron casi personalidades múltiples
que necesitaban caretas para que los demás no los vieran, y el miedo de acabar
con ello, por el dolor que significaba atacar al agente externo que me los hacía
reales, hacia palidecer hasta el mismo Goliat, como aquel día que enfrentó
a David. Ese pánico no me paralizo, hizo
algo mucho más sublime: me permitió arrodillarme ante ese Dios en quien creo, y
que lo siento en cada cosa a mi alrededor, ese Dios que se convirtió en un
alquimista , transformando todas mis basuras internas en oro puro, porque sin
duda, para Dios somos su máxima creación. Sin olvidar que soy humano.
Deje la insensatez de creerme
“dios” y aproveche en cambio la potencialidad de ser un hombre mortal, finito, complejo
,misterioso y sobre todo muy herido, y
allí en ese encuentro de mi conmigo, antes de mi relación con los demás, encontré
en la fe, la certeza de que todo tiene
un tempo, una cadencia, un momentum, que se presenta cuando todo se conjuga,
para que algo pueda entrar, lo viejo tiene que salir, debe morir, y aquí me es
grato decir, que veo los síntomas del final de una etapa terrible que me ha
tocado vivir en esta casi mitad de mi vida.
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