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martes, 30 de julio de 2013

Me perdonas? Te perdono? Perdonamos?


¡Te perdono, pero no voy a olvidar la ofensa! Así es. ¡Qué misterio más grande el de esta conducta humana! Perdonamos (aparentemente), pero queda clavada esa espinita malsana del resentimiento y la amargura y decidimos voluntariamente no olvidar, dejar guardado en algún rinconcito del corazón el insulto, el supuesto ultraje que conmovió la estima, el honor, la vergüenza...el testimonio cristiano. No, no lo podré olvidar. Y así pasa el tiempo y la arrogancia y el orgullo se enseñorean del alma y dan paso a la soberbia, a la ira, en fin, al pecado.-No, no puedo siquiera escuchar ese nombre, ni soportar su presencia, me exaspera oír su voz, lo perdoné, pero me resulta muy difícil soportarlo-.Situaciones como estas y expresiones similares dentro del pueblo de Dios, no son muy extrañas, aunque parezca mentira.
La pregunta es ¿es eso perdón? La Biblia dice que no. “Así también mi Padre celestial los tratará a ustedes, a menos que cada uno perdone de corazón a su hermano”(Mt 18.35). Mientras continúes construyendo un “altar de santos que no son de tu devoción”, en tu iglesia o fuera de ella, la sombra del descontento te robará el gozo y te perseguirá hasta que no te sometas bajo la autoridad de Dios y te humilles ante Él,permitiendo que su voluntad sea la que gobierne las circunstancias. Sólo entonces brotará el verdadero perdón del corazón y Su paz volverá a reinar.
Todas las causas de nuestros problemas con nuestros hermanos de la fe y con las personas que nos rodean son fruto de nuestras luchas internas, de las frustraciones personales, de nuestras rebeldías, de las pasiones carnales y los sentimientos humanos más profundos que se alían al pecado. Cuando el cristiano comienza a juguetear con el mundo buscando justificar su razonamiento humano y desecha la sabiduría de Dios, evade la opinión siempre racional y amorosa de nuestro propio creador. Somos reticentes a humillarnos porque no hemos entendido que la única autoridad y soberanía proviene de Dios, que su plan es mucho mejor que el nuestro y que Él siempre tiene el control de lo que sucede en toda su creación.
Cuando no nos sometemos a la autoridad de Dios el primer pecado que se arrima es el orgullo, la autosuficiencia. Éste jamás nos va a permitir que cedamos espacio a su voluntad, sino a la nuestra.Como consecuencia vendrán las insatisfacciones, el descontento; asomará su rostro la codicia, la envidia, el malestar y el obrar “a mi manera”. El mundo está en guerra contra Dios. Si creyendo que desde la perspectiva cristiana podemos danzar al compás de la música que nos dictan los gustos y las preferencias del mundo, nos equivocamos, y lo más triste, nos enemistamos con Dios.El apóstol Santiago lo remarca de manera clara: “¡Oh gente adúltera! ¿No saben que la amistad con el mundo es enemistad con Dios? Si alguien quiere ser amigo del mundo se vuelve enemigo de Dios” (Stg 4.4).Adúltero es sinónimo de infidelidad, de corrupción.
La buena noticia es que Cristo nos ayuda a crecer a pesar de estas torpezas; sólo tenemos que humillarnos.Humillarse es dejar que Él tome el control, abandonar los ánimos de contención en oración sincera y permitir que su gracia inunde todos los recodos que el enemigo ha tratado de tomar por nuestra debilidad humana.Si Cristo se humilló a sí mismo y se hizo obediente (Flp 2.8), Él nos dará fuerza y poder para que nos humillemos ante Él cuando el pecado del orgullo intente abatirnos. Una mejor noticia de parte de Dios:“Humíllense delante del Señor, y él los exaltará”(Stg 4:10).
Cuando nos humillamos delante de Cristo nos acercamos más a Él, es la manera más adecuada y espiritual de acatar su autoridad y señorío sobre nuestras vidas. Es lo natural, ya que el cristiano que intenta vivir por su cuenta se va a estrellar siempre frente a la verdad de la Palabra que nos exhorta a ser obedientes. Dejar que Dios controle nuestras vidas es, indiscutiblemente, lo mejor. Permitir que Él intervenga en la solución de los conflictos y problemas cotidianos, nos va a librar de muchos más tropiezos de lo que pensamos. Y si se trata de pleitos y peleas con hermanos, - dando por sentado de antemano que nada de esto tiene sentido en la vida cristiana - aun teniendo la razón en el asunto, el consejo del Señor es inmejorable:“No hagan nada por egoísmo o vanidad; más bien, con humildad consideren a los demás como superiores a ustedes mismos” (Flp 2:3).
La humildad es una virtud y el Señor anhela que le imitemos también en ello sea cual fuera la circunstancia. Él…da gracia a los humildes(Pr 3:34b) y esel ejemplo de humildad que todos sus hijos debieran seguir.“…aprendan de mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su alma” (Mt 11:29).
¡Dios te bendiga!

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