El mundo de este siglo está viviendo una de las épocas más fecundas y prolíferas en los asuntos de la fe. Si la fe se tratara sólo de creer en algo o en alguien, casi pudiéramos decir que vivimos rodeados de una humanidad plena de 'creyentes'.
Son pocos los que dicen no creer en nada en lo absoluto. Todo el mundo cree en algo o en alguien. Hoy la mayoría de las personas entiende la fe simplemente como el acto de creer (no importa en qué o en quién). El síndrome de creer en alguien o en cualquier cosa, por pueril y absurda que parezca, es una muestra del desenfreno y la perversidad de un mundo y una época que prefiere confiar en cualquier cosa menos en el inventor de la verdadera fe, Jesucristo, nuestro Señor.
Haga la prueba. Salga a la calle y pregúntele a cualquiera. – ¿Usted tiene fe? - Se sorprenderá de que la inmensa mayoría le responderá afirmativamente; algunos le ripostarán la pregunta y dirán – Bueno, depende de lo que Ud. llama fe. Yo creo en lo mío, yo tengo mi fe - . Otro grupo exclamará.- ¡Si yo voy a la iglesia y hasta tengo una biblia en casa! Las respuestas pueden ser variadas, pero muy pocos responderán: -¡Sí, yo tengo fe en Jesucristo, quien murió en la cruz para que hoy tenga salvación!-
Cualquiera puede ser un creyente si comprende la fe de manera intelectual y dice “yo creo en Dios”. Pero hay una fe que trasciende las creencias y los credos y se centra en la confianza y la convicción en el poder de Dios. Esa es la fe que se requiere para ser salvos, por eso es fe salvadora. La fe salvadora está basada en el sacrificio de la cruz. Creer por creer no trae salvación. La Biblia dice que hasta el maligno cree en Dios: “Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen y tiemblan” (Santiago 2:19).
La fe es don de Dios (Efesios 2:8), la fe salvadora. Es el Espíritu Santo quien hace la obra en el corazón del cristiano y le convence del poder sobrenatural de Dios para llevar una vida de fe que lo capacite para el crecimiento. Es el Espíritu Santo quien hace crecer la fe en cada uno de nosotros. Sin fe no sólo es imposible agradar a Dios, sino que sería inimaginable comprender la voluntad y los propósitos de Dios para nuestra vida con una certeza que exceda los límites de la razón. Sin fe no hay salvación posible, pues es la fe el medio que Dios ha utilizado y utiliza para que nos acerquemos a Él y le conozcamos cada día más y le amemos. La fe obra el amor que proviene de la más profunda intimidad con Cristo. Por eso es importante crecer en la fe. La Palabra de Dios es fundamento de la fe salvadora; oírla, estudiarla, examinarla y meditarla producirán un desbordamiento sobrenatural en la fe del cristiano. “La fe viene por el oír; y el oír, por la palabra de Dios” (Ro. 10:17). La oración sincera y constante delante del Señor, provocará una inmensa necesidad y empeño de continuar creciendo en la fe.
La fe de Abraham en Dios le movió a irse de su tierra y de sus parientes hacia un lugar desconocido renunciando a todo. Su confianza y convicción en el Dios creador permitieron que Abraham se apropiara de la promesa, pero su justificación le vino por su fe, porque creyó en Él. “Por la fe Abraham, que había recibido las promesas, fue puesto a prueba y ofreció a Isaac, su hijo único” (Heb 11.17).
La oración del profeta Habacuc (Hab 3. 17-19) es un hermoso himno a la fe y a la confianza en Dios. Habacuc sabía que los caldeos traerían dolor y calamidades a su tierra, sin embargo, exclamaría en el versículo 18 “Con todo -(es decir, pase lo que pase)- yo me alegraré en el Señor, me regocijaré en el Dios de mi salvación”. Eso es fe en acción. Fe de que sólo Dios es proveedor, no importa cuáles sean las devastadoras consecuencias de cualquier evento en nuestra vida.
A raíz del reciente accidente del tren en Galicia, escuché en las noticias a una lugareña que había perdido todo, exclamar con profunda tristeza y lágrimas en sus ojos: -Sé que Dios está en el control de todo y que Él proveerá-. Eso es fe en acción. Estoy seguro que Dios derramará un caudal inmenso de bendiciones a quienes piensen y actúen en fe como esta mujer. Esa fe es convicción y confianza en el poder de Jesús para restaurar el alma y volver a componer lo que se había perdido. Recordemos aquellas palabras de Job al exclamar “¡Yo sé que mi redentor vive y al fin se levantará sobre el polvo!” (Job 19.25). Esto es adoración genuina. La fe es también un acto de adoración.
La fe moviliza a Dios a bendecir a los que confían en su amor y su misericordia y derrumba los muros de la autosuficiencia del ser humano y aun del creyente.
¿Crecemos en la fe? Por supuesto que sí. Si la fe es la provisión del Dios altísimo para que conozcamos íntima y personalmente a nuestro Señor Jesucristo, mientras más nos acercamos a Él y experimentamos su voluntad, nuestra fe se irá fortaleciendo, se convertirá en nuestro escudo (Efesios 6:16) para librar gloriosas batallas en Su nombre por el Evangelio que nos ha sido dado como manifestación de la gracia de Dios. La fe es una manifestación sobrenatural de la gracia en la vida cristiana que sólo es dada a los que han creído en el Dios de Abraham, Habacuc, Daniel y Job y en la revelación divina en su hijo Jesucristo, nuestro Redentor; autor, proveedor y sustentador de la fe (He 12:2)
El Apóstol Pablo nos invita a buscar en nuestros corazones la verdadera condición de nuestra fe y nos recuerda – muchas veces lo olvidamos- que Cristo está en nosotros: “Examínense para ver si están en la fe; pruébense a sí mismos. ¿No se dan cuenta de que Cristo Jesús está en ustedes? ¡A menos que fracasen en la prueba!” (2 Cor 13.5)
Al hombre y la mujer de fe todo les es posible. ¡Cuanto más si nos proponemos, con la ayuda del Espíritu a crecer más y más en la fe en Cristo!
¡Dios te bendiga!
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